Lunes, 19 de febrero de 2018.
El día mas duro de mi vida fue el 12 de agosto de 2003, el día en que mi abuela, la mujer que me crió, que me educó, que participó de mi vida en primera persona, que renunció a tantas cosas por cuidarme, deshabitó su cuerpo físico y se transformó en energía, volviendo al cosmos. Así es como denomino la «muerte». Creo que todos estamos conectados, que somos nuestro propio Dios y que creamos nuestra propia realidad tanto si tenemos o no consciencia de ello. Os diré como su ausencia ha repercutido en mi vida, sobretodo la sensación de pérdida, orfandad, así me sentí y a veces me sigo sintiendo.
Recuerdo aquel día, me llamó mi padre por la mañana diciéndome que mi abuela había sido hospitalizada, pero ya estaba estable y por la tarde la trasladarían a otro hospital para hacerle un cateterismo, pues donde estaba no hacían este tipo de intervención. Tenía ganas de verla pero preferí dejarlo para el día siguiente ya que era hora de ir a estudiar y no me interesaba perderme ni una clase este año, quería aprobar la selectividad. Estaba en el aula y a cabo de un rato pican a la puerta, era mi padre que me buscaba, cuando lo vi, lo supe, no me quise creer pero su cara lo decía todo. La abuela había muerto y mi mundo se hundía. No me acuerdo de haber experimentado un dolor tan profundo y desesperante, se me quedó marcado para siempre de eso estoy segura.
A lo largo de mis 34 años fui miembro y estudié varias religiones, tuve muchas creencias al respecto, desde los 5 años de edad o antes ya me planteaba cuestiones como pueden ser: ¿de dónde venimos, a dónde vamos, cual es el propósito de la vida?, eso siempre me intrigó y me provocó bastante interés. La muerte siempre ha estado ahí en mi cabeza, hecho que hizo con que me diera mucha prisa a la hora de vivir y tener experiencias. Como no sabía y sigo sin saber el tiempo que me resta, veía cada día distinto, siempre desde la dualidad, a veces sentía como que cada día que pasaba era un día mas o si me daba un ataque de realismo veía como un día menos.
Era una «adolescente» rebelde, impulsiva y muy curiosa entre otras cosas. Fui y continuo siendo plenamente consciente que estoy de pasaje por el plano físico, actuo en consecuencia de ello bajo mi grado de consciencia y responsabilidad, de acuerdo con mi nivel de esclarecimiento espiritual. Con eso quiero decir que lo que mas valoro, lo que me quiero llevar cuando se acabe el viaje, no son «cosas». Antes de morirme, me gustaría haber podido servir y colaborar para que el mundo sea un lugar mejor y eso solo pasará cuando logremos ser personas mejores.
Mi propósito de vida y razón de existencia es la necesidad de evolucionar espiritualmente, poder traspasar los conocimientos adquiridos a los que aquí quedarán y que ellos se encarguen de hacer lo mismo, dando continuidad a la verdadera evolución. Sentido común, educación, sanidad mental y física, civismo… Suma y sigue, todo eso es lo que tiene que abundar aquí.
Según mi visión tendríamos que encargarnos de traspasar unos valores primordiales a nuestros descendientes, parece una tarea difícil pero no es imposible, además es esencial para su propia supervivencia, el harmonizarse con el medio en lugar de adaptarlo. ¿Como lo haría? Desde un respeto profundo, empezando por centrarme en mi yo interior, conociéndome, para conocer, cuidándome para cuidar y queriéndome para querer. Predicando con el ejemplo, contagiando amor, comprendiendo la importancia y el valor de ser mejores personas para el mundo, seguir siendo agradecida por lo que tengo, sabiendo que lo que falta llegará en el momento oportuno, perfecto, siempre sucede cuando se actúa con principios y por el bien de la colectividad.